Qué se siente cuando la ansiedad te domina por completo y no puedes evitarlo

Qué se siente cuando la ansiedad te domina por completo y no puedes evitarlo

Cuando escucho un sonido durante la noche, de inmediato pienso que hay un intruso en la casa. Enviar cartas por correo también me aterra. Lo mismo sucede cuando intento bailar.

A veces simplemente me desconecto y no sé qué decir, porque socializar se me hace difícil. Mi mente queda en blanco, porque todo me abruma.

Hay días en los que cualquier cosa en el mundo me pone nerviosa. Los pájaros, la máquina del fax, el metro, las llamadas telefónicas, dormir, comer, salir, quedarme… todo, absolutamente todo me hace sentir ansiosa, incluso tú.

¿Te parezco un bicho raro? Bueno, tal vez, pero no esa la razón por la que enviar cartas por correo me hace temblar.

Sufro de trastorno de la ansiedad. Cuando pienso en ello me aterrorizo, y ese miedo a su vez me aleja de muchas cosas.

A veces la gente se pregunta por qué no puedo simplemente «superarlo». Obviamente lo expresan de una manera menos incisiva y más decorosa (casi siempre), pero la sugerencia es la misma.

¿Por qué es tan difícil? Piensan que simplemente no debo dejar que las cosas me importen tanto y punto, como hacen ellos. Que solo tengo que olvidarme del asunto. Así de fácil.

“No es tan difícil”, suelen decir. Y yo me repito esa frase una y otra vez, todos los días. Sé que ninguna de estas cosas debería ser un problema, pero mi ansiedad me dicta todo lo contrario. La ansiedad habla en voz alta, es imposible ignorarla.

Jamás he dejado de ser ansiosa. Desde que tengo uso de memoria me mordía las uñas, tiraba de mi pelo, y era un pequeño manojo de ansiedad. Siempre voy sentir ansiedad, pero eso no define todo lo que soy o seré.

Soy más fuerte que mi ansiedad, puedo vivir con ella. Y aunque tengo eso muy claro, no dejo de sentir miedo.

No es algo incapacitante ni nada por el estilo. Si yo no te estuviera hablado al respecto, probablemente ni te enterarías de que sufro de ansiedad. Pero aun así, quisiera poder curarme, y no entiendo por qué no puedo hacerlo.

Y las demás personas tampoco lo entienden. Ver los efectos que causa la ansiedad puede ser algo desconcertante para ellos.

Los platos sucios me ponen ansiosa; cada vez que he vivido con amigos, los platos sucios siempre han sido un problema. Es sabido que a los adolescentes no les gusta lavar los platos, pero mi ansiedad me convence de que los platos sucios me van a infectar y a matar.

Cuando trato de explicar esto, mis amigos sólo asumen que soy una maniática con la limpieza tipo A.

Es algo difícil de explicar y aún más difícil de entender, incluso para mí.

Siempre llego temprano a cualquier parte, porque llegar justo a tiempo me hace sentir que estoy atrasada. No todo el mundo es así (por suerte para ellos), y a menudo termino esperando por un largo rato a mis amigos.

Mi ansiedad hace que me enoje con ellos por “llegan tarde y me retrasan también a mí”. En esos momentos me pongo irritable, e incluso llego a llorar porque siento que se hace tarde.

Si hay un plan definido, mi ansiedad me dice que este debe ser cumplido a la perfección. Sin ton ni son. Simplemente porque sí.

Suelo creer que mis amigos me odian, y en ocasiones llego a estar totalmente segura de que lo hacen. O al menos eso es lo que me dicta la ansiedad. Sé que mis amigos me aman, pero es difícil no pensar que mi ansiedad les asusta o molesta.

Las entrevistas generalmente me ponen muy ansiosa. Si por suerte mi nivel de ansiedad es bajo el día de la entrevista, resulto ser increíble, espléndida y conversadora. Sé exactamente lo que debo decir, precisamente porque no lo pienso demasiado.

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Pero si mi ansiedad se dispara ese día, entonces me siento indecisa; dudo de mi misma. Hay tantas razones maravillosas por las que podrían contratarme, pero todas se me olvidan durante la entrevista. Si las cosas no empiezan bien, no logro recuperarme a medida que la entrevista avanza. Me convenzo a mí misma de que estoy eliminada.

Es como si la ansiedad me dijera al oído: «Ya no importa lo que hagas, no lograrás conseguir el trabajo».

Las relaciones también me ponen muy ansiosa. Pero no las relaciones en sí mismas. Debido a que mi ansiedad siempre está allí presente, es normal que termine afectando mis relaciones, al igual que sucede con todo lo demás.

Cuando sales con alguien, esa persona se vuelve parte de tu vida, y dado que mi ansiedad ya forma parte de mi vida, también pasa a ser parte de la vida de mis parejas. No es fácil sobrellevar mi constante necesidad de atención. Mis ataques de pánico tampoco son nada divertidos: hago muchas preguntas; lloro; me aterrorizo.

Hay chicas que no hacen eso; chicas que no pretenden querer saberlo todo. Obviamente no son perfectas, pero tal vez sus imperfecciones sean fáciles de manejar. Son el tipo de imperfecciones que se vuelven adorables, no molestas.

«No dejes que mi ansiedad te asuste» le supliqué a un chico con el que estaba saliendo. «No lo haré,» me contestó. Imposible

No era una promesa, pero para mí ansiedad, sonaba como una.

La existencia misma me pone ansiosa. Siempre hago un millón de preguntas porque estoy segura de que si no las hago, podría malinterpretar algo y hacerlo de forma incorrecta. Cada vez que me piden que haga algo, o cuando esperan que lo haga por mí misma, me pongo ansiosa.

Incluso con cosas simples, como sacar copias, pienso: «¿Qué pasa si no logro hacer funcionar la copiadora? ¿O si se le acaba el papel? ¿O si se rompe o explota?» Hornear un pastel, pagar los impuestos, aprender a conducir, decidir qué hacer con mi vida… existir es una de las cosas que más nos produce ansiedad a las personas como yo.

No es fácil para ninguno de nosotros. La ansiedad es agotadora. Es un constante dolor en el trasero y no tiene ningún beneficio. Lo sé.

A veces mi ansiedad me aterroriza. Yo no quiero sufrir de ansiedad, pero no puedo controlarla, ni tú tampoco puedes.

Mi ansiedad es como un niño de 15 años que se siente seguro de todo lo que dice o piensa, cuando en realidad es inmaduro e ingenuo, y nunca sabrá cómo manejar las cosas correctamente.

La ansiedad es como una corriente eléctrica fluyendo a través de mi cerebro sin tener un botón de «apagado».

Mi pecho se paraliza por el miedo y siento no puedo respirar. Mi cerebro se transforma en un niño caprichoso que no escucha lo que le dicta la lógica. Piensa que hay monstruos en su armario y nada ni nadie lo puede convencer de lo contrario.

Si también sufres de ansiedad, sabrás muy bien de qué hablo. ¿Sabías que la ansiedad, en raras ocasiones, puede llegar a ser una bendición disfrazada?

Las personas que sufren de ansiedad aprecian más los pequeños detalles. Cuando descubres algo que no te pone ansioso, piensas ¡esto es algo maravilloso! y realmente lo aprecias. Los momentos en los que no estoy ansiosa son los que siempre guardaré en mis recuerdos.

Las personas ansiosas nunca te harán daño, porque saben muy bien lo que eso significa. Saben lo terrible que es sentirse lastimado. Ellos no querrán que tú pases por lo mismo. De hecho, no querrán que nadie pase por lo mismo.

Las personas ansiosas tienden a ser especialmente empáticas; se preocupan incluso por las personas que les hacen daño.

Las personas ansiosas son intuitivas y siempre están dispuestas a escucha a los demás. También aman intensamente; aman el trabajo, los amigos, a sus seres queridos y, lo que es más importante, aman la vida. Las personas con ansiedad saben lo difícil que puede ser todo en este mundo y nunca dan algo por sentado.

Quizás mi ansiedad me aterrorice. Pero aunque no sea capaz de controlarla, tampoco permito que me controle, o al menos eso intento.

¿Tú también padeces de ansiedad? Si es así, seguramente entiendes lo que estoy diciendo. Te sientes como una carga para los demás, como una molestia para las personas que quieres. Y sabes que no es tu culpa, pero eso no ayuda en nada.

Es algo que brota dentro de ti y sientes que es tu deber ser capaz de controlarlo. Y en ocasiones logro hacerlo; no siempre estoy ansiosa.

A veces corro a través de un complejo de apartamentos en la Florida a la 1 de la mañana con un chico al que acabo de conocer, goteando agua de la piscina y ardiendo por la forma en que él me mira.

A veces almuerzo con mi mejor amiga y pido un chai de vainilla con confianza y sin pensarlo dos veces, sin preocuparme por las calorías o el precio.

Cuando algún desconocido me llama bonita, inteligente o sexy y pienso: «Sí, sí lo soy».

Durante esos pequeños y fugaces momentos, no me siento ansiosa.

La ansiedad es molesta. La ansiedad es paralizante. La ansiedad puede ser una verdadera pesadilla. Pero a veces, la ansiedad es soportable. La ansiedad me muestra todo lo que he superado hasta ahora, y también lo que puedo y voy a superar.

Sufro de ansiedad, pero no soy la ansiedad. Esa es la diferencia.

Quizás mi ansiedad me asuste; y quizás también intente asustarte a ti. Aunque tal vez esté bien sentir algo de miedo… de vez en cuando.

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